"Comunistas sin partido. Jesús Hernández, ministro en la Guerra Civil, disidente en el exilio", de Fernando Hernández Sánchez. Editorial Raíces (2007).
Vivimos tiempos de recuperación de la memoria histórica. Se trata de un ejercicio de justicia restitutoria para las viejas generaciones y de revelación para las nuevas, que afecta a la sociedad española en su conjunto como producto histórico de un pasado oculto o deformado: memoria recuperadora de la República, de la militancia, el combate y la resistencia; memoria que rinde homenaje a las víctimas de la represión; memoria crítica de los hitos conmemorativos y de los personajes conmemorados heredados del imaginario dictatorial. Pero esta reedificación de la memoria social resultaría incompleta si no sacara también a la luz a aquellos que, en el seno de las organizaciones que se opusieron a la dictadura, y sin rehuir el combate contra ella, manifestaron desacuerdos tácticos, defendieron posiciones divergentes o plantearon vías heterodoxas y pagaron por ello el precio de la exclusión. Fueron, por tanto, doblemente derrotados.
Entre las organizaciones que se destacaron en la lucha contra el franquismo, el Partido Comunista de España (PCE) ocupa un lugar preponderante. La clandestinidad en que hubo de desenvolverse durante la mayor parte de su existencia, así como el contexto del enfrentamiento bipolar en el que se inscribieron sus actividades durante la segunda mitad del siglo XX apenas dejaron espacio para otros tipos de aproximación a su conocimiento que no fueran las obras militantes, reproductoras de un discurso legitimador, o una publicística abiertamente anticomunista, sostenida por funcionarios policiales, libelistas y antiguos militantes desengañados[1]. Solo cuando la cuestión comunista comenzó a dejar de ser un asunto candente de la agenda política inmediata se inició una normalización de su tratamiento historiográfico.
Durante los últimos años se han publicado estudios sobre dirigentes comunistas que, por unas u otras razones, fueron excluidos del partido, de su historia y de su memoria durante décadas, como Heriberto Quiñones y Jesús Monzón[2]. Pero aún quedan otras figuras por replantear, como la de quien fuera uno de los principales forjadores del PCE durante los años cruciales de la República y la guerra civil, purgado en los años 40, eliminado de sus anales y estigmatizado oficialmente como paradigma del traidor: Jesús Hernández Tomás.
“Damnatio memoriae”.
La brillante carrera de Jesús Hernández, uno de los máximos dirigentes del PCE durante la guerra civil, miembro de su Buró Político y dos veces Ministro de Instrucción Pública en los gobiernos de Largo Caballero y Negrín, comenzó a declinar durante el proceso sucesorio iniciado tras el suicidio de José Díaz en el exilio soviético, en marzo de 1942. Aunque partía como uno de los favoritos para sustituir al veterano líder sevillano en la secretaría general, al mismo nivel que otros posibles candidatos (Dolores Ibárruri, Vicente Uribe…), diversos avatares acabaron alejando de él toda posibilidad de alzarse con el puesto. Su caída en desgracia se consumó en México en 1944 y, tras su expulsión del partido, comenzó el periodo durante el que la figura de Hernández transitó desde la execración al olvido.
La opinión de los dirigentes que permanecieron fieles a la ortodoxia partidaria cubrió con negros y gruesos trazos la figura de un Jesús Hernández cuya estatura moral iría decreciendo en proporción directa al énfasis con que se denunciaban su ambición personal y la corrupción de sus costumbres. Fue motejado de “bon vivant”, adicto al “donjuanismo”, “degenerado” y “amante de las orgías” por Ignacio Gallego, Santiago Álvarez, Santiago Carrillo y Antonio Mije, entre otros [3]. Gallego elaboró la insidia de la compra de Hernández por los servicios secretos británicos –cargo que, por otra parte, también se imputó a Heriberto Quiñones-; Álvarez se hizo portavoz de los cargos de su presunta corrupción ya durante su época ministerial, y de haberle quitado la mujer a uno de los mártires oficiales del partido, el dirigente madrileño Domingo Girón; y Carrillo relacionó todos estos elementos con su habilidad para atraer a distintos cuadros al terreno de sus posiciones fraccionales, ganándoselos mediante la distribución de artículos de consumo suntuario en medio de la precariedad imperante en el exilio soviético.
Dirigentes no menos ortodoxos en su momento, pero alejados después de la organización por diversos motivos, siguieron sin salirse del guión alusivo a la existencia de confrontaciones personales, quizás para no verse obligados a reconsiderar tanto su propio papel en la crisis como el profundo desengaño ocasionado por la experiencia de la vida soviética. Para Enrique Lister, la caída de Hernández fue el resultado de una batalla perdida por la defensa de la dignidad del PCE y de sus órganos de dirección, mancillados por la relación entre Ibárruri y Francisco Antón[4]. Fernando Claudín y Manuel Tagüeña fueron de los pocos que integraron a la causalidad personal el ingrediente político: Hernández habría caído no solo por rebelarse contra la intangibilidad del mito Pasionaria, sino porque habiendo mantenido discrepancias ya durante la guerra de España con representantes de la Komintern –como Togliatti- y con los consejeros rusos, ofrecía menos garantías que Ibárruri para continuar con el acatamiento de las directrices soviéticas, en un momento en el que la necesidad de tranquilizar a los aliados occidentales obligaba a Stalin a sacrificar la existencia de la Internacional Comunista[5]. Tagüeña introdujo otro factor más que Claudín, antigua mano derecha de Carrillo en la férrea conducción del exilio español en la URSS, no contempla: el radical desacuerdo existente entre Hernández y Dolores acerca de las vías para solucionar la difícil situación de los emigrados en las fábricas y escuelas. Para Hernández, la solución pasaba por permitir la salida del país a todos los que la solicitaran; para Ibárruri y el aparato de la Komintern, eso era tanto como reconocer el fracaso del modelo soviético y apostaban por la permanencia, intentando paliar las carencias denunciadas en residencias y fábricas[6].
Tras la denigración vino el silencio. Las rehabilitaciones se detuvieron en seco ante los casos de Jesús Hernández, Heriberto Quiñones, Jesús Monzón y Joan Comorera. El veto de Ibárruri en su informe al V Congreso del partido –celebrado en Praga en 1954- fue expreso: no habría consideración para esos “tipos de conciencia podrida, cuyos dientes ratoneros se han mellado en el acerado tejido muscular del Partido y en la firmeza de su dirección”, sujetos a los que se calificaba como “aventureros políticos” y “disgregadores policíacos”[7]. La extirpación de Hernández de la memoria oficial del partido culminó, como la de aquellos magistrados que en la antigüedad clásica sufrían la pena de la damnatio memoriae, con la eliminación de cualquier vestigio que recordara su trayectoria. Su identidad quedó borrada tanto en la historia oficial del PCE editada en Paris en 1960, como en las memorias de Dolores Ibárruri quien, en El único camino, eludió cuanto pudo nombrar a Hernández, refiriéndose a él como “el otro ministro comunista”[8].
Una ruptura en tiempos de la guerra fría.
La ruptura de Hernández con el PCE resultó amplificada por tener lugar en un contexto marcado por los primeros atisbos de la guerra fría. El distinto posicionamiento de los bloques respecto al régimen franquista condujo, desde la óptica comunista, a que todo aquello que resultase ser antisoviético se asociara inmediatamente a apoyo al imperialismo, y por ende, a traición y a claudicación ante la dictadura.
Por añadidura, las potencias occidentales, y por supuesto el régimen franquista, no desaprovecharon oportunidad alguna para dar volumen a las disidencias de los antiguos comunistas desengañados del modelo vigente en la URSS[9]. Toda una generación de antiguos revolucionarios y funcionarios kominterianos dieron a la imprenta sus reflexiones críticas sobre el sistema estalinista. Era el caso de Franz Borkenau o Arthur Koestler, miembros del Partido Comunista Alemán (KPD), destacados ambos en España durante la guerra civil, o de su compatriota Jan Valtin, veterano espartaquista infiltrado en la Gestapo; del croata Ante Ciliga, fundador del Partido Socialista Obrero Yugoslavo (comunista) y director del semanario Borba ("La Lucha"), que se adhirió al trotskismo y fue deportado a Siberia; del peruano Eudocio Ravines, delegado de la Komintern para Latinoamérica, y organizador del Frente Popular de Chile, que rompió con el estalinismo tras el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939; o de los italianos Ignazio Silone, antiguo compañero de Toglliatti y Gramsci, y Ettore Vanni, pedagogo y director del diario comunista valenciano Verdad, que dejó un amargo retrato del mundo de la emigración española en la Unión Soviética[10].
Algunos, apartados completamente del comunismo, se adhirieron a campañas de divulgación de los males imperantes más allá del telón de acero, la mayoría de las veces sufragadas por el Departamento de Estado norteamericano. Tal sería el caso, en España, de Valentín González “El Campesino” y de Enrique Castro Delgado[11]. Otros, como Hernández, no renunciaron a su ideología comunista y buscaron en el modelo yugoslavo, tras la ruptura de Tito con la Kominform en 1948, la plasmación de unos principios que consideraban fracasados en el sistema soviético. Hernández trabajó como asesor de la embajada yugoslava en México, mientras daba a publicar sus divergencias en forma autobiográfica con el título Yo fui un ministro de Stalin[12]. Las líneas maestras del libro se encuentran ya en las notas que sirvieron al autor para impartir una conferencia titulada “La URSS en la guerra del pueblo español” en la Escuela Superior de Cuadros del Partido Comunista Yugoslavo en 1952[13]. La primera edición vio la luz en México en 1953, y fue traducida al francés ese mismo año con el título de La grande trahison.
Herbert R. Southworth, en un famoso artículo de controversia con Burnett Bolloten, contribuyó posteriormente a propalar la especie de que el libro de Hernández había sido convenientemente inspirado, supervisado y corregido por el ex dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) Julián Gorkin, miembro destacado del Congreso para la Libertad de Cultura, una organización especializada en la difusión de propaganda anticomunista financiada por la CIA. Según Southworth, los contactos entre Gorkin y Hernández se iniciaron a instancias de otro ex comunista, José Bullejos, que hizo de intermediario entre ambos. Fue Hernández, según esta versión, quien solicitó entrevistarse con Gorkin -reputado mediador entre editoriales europeas y autores de obras antisoviéticas- pero este se negó a “estrechar la mano de Jesús Hernández hasta que no haya denunciado en un libro los crímenes estalinistas en España y, más específicamente, los detalles sobre el encarcelamiento y asesinato de Andreu Nin”. De esta forma, Gorkin le habría indicado a Hernández las condiciones bajo las cuales podría publicarse su libro. Seis meses después Gorkin recibía en París el texto de Yo fui un ministro de Stalin, cuya traducción - firmada por un tal Pierre Berthelin, pseudónimo que, según Southworth, encubría al propio Gorkin- apareció publicada por Fasquelle Éditeurs en 1954 [14].
Parece cuando menos dudoso que la supuesta connivencia entre Hernández y Gorkin hubiese escapado a la estrecha vigilancia a la que el PCE tenía sometido en México al ex ministro comunista. Santiago Álvarez reconoció abiertamente que una de las funciones que se le encomendaron cuando fue destinado al país centroamericano fue la de controlar las actividades de Hernández para evitar que fructificaran sus intentos de crear un partido comunista alternativo. Para ello contaría, como se verá, con la inestimable colaboración de un “topo” infiltrado en el círculo íntimo de Hernández[15].
De confirmarse la complicidad con Gorkin, el partido habría explotado el hecho con la amplitud propagandística que es de suponer. Tampoco era probable un estrecho acercamiento, dado la pésima opinión que cada uno mantenía del otro: Hernández se cuidó mucho de que asociaran su imagen pública a la del “renegado Gorkin”, y este dudaba en su círculo inmediato de la sinceridad de las nuevas convicciones antiestalinistas del ex ministro comunista[16]. El archivo personal de Gorkin no contiene, además, prueba alguna de la existencia de correspondencia entre Jesús Hernández y él, al contrario de lo que ocurre con Enrique Castro o Valentín González “El Campesino”, cuyas obras autobiográficas se encargó de difundir en Europa[17]. Hay dos cartas cruzadas con Castro Delgado. Este escribe a Gorkin el 20 de junio y el 2 de septiembre de 1960, urgiéndole a convencer al director de la editorial Hachette para que acepte publicar su segundo libro, Hombres made in Moscú. Castro le confiesa estar acosado por los acreedores y en una situación económica difícil. Tras haberle dado largas, el 15 de septiembre Gorkin le responde desengañándole de la posibilidad de publicar el libro en Francia, debido a la pérdida de interés del público por la guerra civil española. Del “Campesino” existen unos documentos, fechados entre 1953 y 1969, consistentes en una petición de ayuda de Valentín González a Gorkin ante su inminente detención y deportación de territorio francés, la solicitud de amparo a la Comisión de Refugiados y Apátridas del Consejo de Estado, un recorte de prensa donde se recoge la precaria vida diaria del “Campesino” en la localidad de Brehat, y unos apuntes para el guión de un programa de TV sobre la vida de González. La correspondencia con José Bullejos es de fecha muy posterior -1967- a la supuesta mediación con Hernández.
Los contactos entre Hernández y Gorkin, de haberse producido, no dejaron rastro epistolar. Wilebaldo Solano, antiguo secretario de la Juventud Comunista Ibérica (organización juvenil del POUM) y director de La Batalla refiere que “Gorkin, que había conocido a Jesús Hernández en el PC, no creía en los cambios de éste y se burlaba de él”. Tampoco le concedían mucho crédito otros veteranos poumistas como Andrade, que criticaron la decisión de Solano de publicar los capítulos del libro de Hernández relativos al asesinato de Andrés Nin[18]. En este caso, Solano contó con el apoyo de Gorkin, de quien terceras personas le contaron que se había puesto en contacto con Jesús Hernández “y que tenían interesantes discusiones”[19]. Sin embargo, en su opúsculo España, primer ensayo de democracia popular[20] y en sus escritos sobre el asesinato de Trotski, Gorkin únicamente recoge sus conversaciones con Enrique Castro Delgado[21]. Tampoco existe confirmación sobre contactos personales con Hernández en la correspondencia cruzada entre Burnett Bolloten y Gorkin conservada en su archivo personal[22]. Yo fui un ministro de Stalin no fue, pues, una obra concebida por Gorkin y endosada a Hernández, como sostenía Southworth, ni parece que la relación entre ambos personajes estuviera guiada por otros fines que no fueran los de la utilización recíproca.
El libro de Hernández debe ser leído en clave interna de ajustes de cuentas y reformulación de posiciones entre la oposición antifranquista del exilio a comienzos de los 50, más que como propaganda teledirigida por contubernios proamericanos. Así lo dejaba entrever quien fuera su compañero en la aventura titista, y ya separado de él cuando la obra vio la luz: José del Barrio Navarro. “Tendría que escribir yo muy extensamente para que interpretara bien lo que pienso del libro y de Hernández, sobre todo porque yo, personalmente, tengo bastante la culpa de que lo haya escrito”, contaba Del Barrio a Margarita Nelken en abril de 1953[23]. El antiguo dirigente del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) afirmaba que había convenido con Hernández la elaboración “de un libro político en el que se explicara a fondo la política de los rusos y del Buró Político del PC de España” que sirviera como “contribución a que los comunistas, los socialistas de verdad, y en general los antifranquistas, se explicaran muchas de las cosas que piensan en la actualidad y tuvieran elementos de juicio para juzgar un pasado trágico, a la vez que sirviera de orientación para la continuación de la lucha en el presente y en el futuro”. Se trataba, al mismo tiempo, de contrarrestar los efectos provocados por los testimonios de “El Campesino” y Castro Delgado. Pero a Hernández, según Del Barrio, le había salido “un libro sensacionalista”, guiado por “la preocupación mayor de que fuera un éxito editorial” y la pretensión de reivindicar su pasado buscando justificaciones remotas a sus posiciones presentes: “Hernández falla ante sus lectores porque en lugar de explicar sus opiniones actuales se ha empeñado en buscar una forma de presentarlas como muy viejas”. Sus juicios sobre los protagonistas de la guerra estaban teñidos por las prioridades tácticas del momento, de modo que mientras Álvarez del Vayo y Negrín -con cuyos seguidores no había logrado fructificar un acuerdo de unidad en 1951- salían malparados, la figura de Prieto –con quien pretendía entablar contacto con vistas a acciones unitarias desde las posiciones de su nuevo grupo, el Partido Nacional Comunista de España- resultaba revalorizada:
“Yo soy de la opinión -sostenía Del Barrio- de que todo lo que sea verdad en relación a nuestra guerra en España puede y debe decirse. Pero hay que saber decirlo sin hacer el juego a otros grandes culpables de nuestra derrota (culpables en el campo antifascista); sin maltratar a quienes no siendo comunistas creyeron en nosotros e hicieron nuestra política porque querían ganar la guerra y no porque fueran agentes conscientes de la política rusa o peleles de los delegados de la IC (lo que no quiere decir que no pueda criticarse honestamente lo que en su gestión haya de criticable); y sin que lo que se escriba sea desde el principio hasta el fin la autodefensa del autor, o pretenda serlo. Quien sea capaz de escribir así ayudará a escribir la verdadera historia”[24].
El mismo Prieto, viejo antagonista de Hernández y, a la vez, compañero de gabinete durante la guerra, no se resistió a la tentación de emplear sus textos para atacar a Negrín y sus seguidores en las pugnas que dividieron al PSOE en el exilio, al igual que antaño había usufructuado la posición crítica de los comunistas respecto al gobierno de Largo Caballero para descabalgar a su antiguo rival[25].
En cualquier caso, en un mundo donde cabía poco espacio para el desarrollo de terceras vías, la instrumentalización del testimonio de alguien tan significado como Hernández no iba a poder ser evitada por el propio autor. En aquel periodo álgido de confrontación ideológica, la lectura que se impuso fue aquella que reinterpretó sus memorias en clave anticomunista, proporcionando munición tanto a las plataformas prooccidentales en el exterior, como a los servicios de propaganda del régimen franquista.
La manipulación de la propaganda franquista.
Vázquez Montalbán decía que “el hecho de que la apostasía de Jesús Hernández fuera ampliamente difundida por el franquismo y sus comisarios político-propagandísticos (Comín Colomer o Mauricio Carlavilla) puso a la defensiva a los comunistas y a casi toda la oposición antifranquista”[26]. La publicación de las obras de Hernández, Castro y “El Campesino”, facilitada por el estado a través de editoriales institucionales, parecía corroborar las acusaciones de “renegados” y “enemigos del pueblo” que les dirigía la dirección comunista. El régimen impulsó la difusión de este tipo de textos sin reparar en ninguna convención al uso sobre el respeto a la propiedad intelectual. Con la excepción de Mi fe se perdió en Moscú, de Castro Delgado (cuya cesión de derechos fue objeto de negociación entre la editorial francesa que los poseía para Europa, y la española)-[27], la impresión de los testimonios de Hernández y de “El Campesino” en la España franquista constituyó un caso de piratería editorial a gran escala llevada a cabo por la propia administración. En el caso de “El Campesino”, por ejemplo, el anuncio de su libro Yo escogí la esclavitud, publicitado en el ABC de 24 de noviembre de 1953, incluía la advertencia de que “de los derechos de autor en España de este libro no se lucrará ‘El Campesino’. Serán entregados a ‘Huérfanos de Asesinados’ y ‘Ex cautivos’. Como la moral y la jurisprudencia dictan, no se beneficiará el verdugo y sí sus víctimas”[28]. La edición del libro de Jesús Hernández, por su parte, fue encomendada a Mauricio Carlavilla – o Mauricio Karl, como gustaba firmar sus obras- un polizonte con veleidades literarias entre cuyas indescriptibles producciones se encuentran títulos como Asesinos de España (Marxismo, Anarquismo y Masonería) y una Biografía política y psico-sexual de Malenkov. Algunas de sus teorías más pintorescas aunaban en la fundación del Frente Popular a Churchill y Cambó (¡!), o explicaban que el interés internacional suscitado por el asesinato de Andreu Nin se debía a que no era español, sino judío (sic). Publicado con el título Yo, ministro de Stalin en España[29], el texto de Hernández resultó contaminado por los ruidosos comentarios de Carcavilla, que empleó la pintoresca fórmula de un diálogo ficticio con el autor (que, por supuesto, se encontraba imposibilitado de responderle), amparándose en la supuesta familiaridad que le confería haber cruzado disparos con él en 1923, en el transcurso de una huelga general en Bilbao. La mayoría de estos libelos fue publicada por la editorial EPESA, dirigida por Alfredo Sánchez Bella, entonces miembro del Instituto de Cultura Hispánica; años después, en 1969, Franco le designaría Ministro de Información y Turismo en sustitución de Manuel Fraga Iribarne.
Otro de los agentes policiales que abordaron la figura de Hernández fue Eduardo Comín Colomer, secretario de división de la Brigada Político Social. Debido a su acceso privilegiado al material incautado en registros y detenciones, y a los testimonios obtenidos en los interrogatorios policiales, Comín Colomer se erigió en el experto de referencia sobre el PCE, del que publicó tres tomos sobre su historia, que abarcaban desde los años fundacionales hasta el estallido de la guerra civil[30]. Como otros autores de su misma corriente empleaba la divulgación histórica como un arma en el combate contra la subversión. Por ello, se encargó de ahondar al máximo en las diferencias que separaban a Hernández del resto de la dirección comunista, diseñando un modelo de relación dicotómica en el que Hernández representaba el polo radical e ilusorio, e Ibárruri la faceta taimada y maliciosa de una misma naturaleza comunista. Todo lo que debilitase estratégicamente al adversario valía, aunque fuera calumniar con el elogio, como de forma más grosera hacía el coronel de la Guardia Civil y experto en la lucha contra el maquis, Francisco Aguado Sánchez: “Otro destacado elemento fue Jesús Hernández Tomás, hombre de gran popularidad, veterano comunista, incondicional de José Díaz, tránsfuga de la CNT sevillana, ex pistolero y ex ministro de Instrucción Pública, rebelde al Kremlin, que por su tendencia personalista lo tenía catalogado como un militante de mentalidad burguesa”[31].
Abundando en esta línea, Ángel Ruíz Ayúcar, ex divisionario azul, periodista a sueldo del Ministerio de Información y Turismo de Fraga y director de El Español –publicación oficiosa cuyo objetivo era erigirse en trinchera de la contrainformación del régimen frente a la opinión publicada en el exterior- completó la tarea de Comín Colomer redactando en ocho meses, según propia confesión, una historia del PCE entre 1939 y 1976, lo que le llevó a pasar por ser uno de los principales especialistas en la historia del partido[32]. Con semejante apresuramiento, no es de extrañar que el libro este cuajado de errores, entre los que destacan algunos de identificación difícilmente justificables. Por ejemplo, cuando repasa la nómina de la emigración comunista a América y la URSS sitúa a Pedro Martínez Cartón –quien sería compañero circunstancial de Hernández en su proyecto político proyugoslavo- en ambos sitios a la vez, o al menos recorriendo el mundo a una velocidad ciertamente asombrosa para las circunstancias de la época: tan pronto parte hacia la URSS el 14 de abril de 1939 en el barco Smolny, junto a Pasionaria y la plana mayor del PCE, como llega a México en agosto de ese mismo año para organizar el asesinato de Trotski y volver rápidamente a la Unión Soviética, atravesando todo un hemisferio convulsionado por la guerra mundial. Allí se le encontraría, en octubre de 1941, formando parte de un batallón especial de la NKVD fundado por Caridad Mercader y Alexander Orlov (pasando por alto el pequeño detalle de que Orlov hubiera desertado de los servicios soviéticos en junio de 1938…). Esta última referencia constituye un buen ejemplo de cómo funciona lo que se podría denominar una transferencia continua de error, dado que la historia del tenebroso batallón pasa íntegra de Ruiz Ayúcar, que a su vez la había tomado de Comín Colomer, a autores como D.W. Pike, que la reprodujo tal cual[33]. Ello muestra, asimismo, que la historiografía no está libre de verse recluida dentro de esas “prisiones de larga duración” que son las interpretaciones heredadas.
La visión historiográfica
Como se señaló al comienzo, la recuperación de las biografías de aquellos personajes que quedaron marginados en el proceso de construcción de la identidad de la organización comunista en España ha comenzado hace apenas unos años. No es infrecuente, por tanto, que las referencias historiográficas acerca de Hernández estén teñidas aún de las valoraciones que proporcionan las fuentes canónicas. Así, Rafael Cruz incide en la carga machista que conformaba el ingrediente básico de las críticas dirigidas por la facción de Hernández contra Dolores Ibárruri: “el mejor argumento de los partidarios de Jesús Hernández para resaltar sus méritos contra su contrincante fue el de la crítica ‘política’ hacia Pasionaria por su relación con un hombre al que, según ellos, encumbró a la dirección nacional del partido”[34]. En ello viene a coincidir con Joan Estruch, que considera que Hernández “capitalizaba a su favor los ‘errores’ de Pasionaria en el terreno personal, que en aquella época tenía gran importancia en el movimiento comunista, muy tradicional en estas cuestiones”[35]. Estruch, sin embargo, dota de más contenido político a las divergencias, basándose fundamentalmente en las líneas de fractura apuntadas por Tagüeña.
En su obra de referencia sobre la oposición política al franquismo, Harmut Heine hace hincapié en la frustración personal y el resentimiento como móviles fundamentales de la actuación de Hernández, quien “tenía la certeza de que jamás accedería al codiciado cargo de secretario general mientras Dolores Ibárruri siguiera en la cumbre del partido, y eso le produjo una frustración que no dejó de transmitirse a los diversos libros por él firmados”. En consecuencia, lo que le condujo a la ruptura y a la constitución de un grupo disidente, el Movimiento Comunista de Oposición, “fue el resentimiento de quien había salido derrotado de la lucha intrapartidista y el deseo de desquitarse de esa derrota”[36].
Paul Preston, por su parte, anota las viejas habladurías acerca de la relajada conducta sexual del ex ministro comunista, vertidas por personajes muy allegados a Ibárruri: según Irene Falcón en conversación con el autor, “José Díaz se preocupaba más de las aventuras sexuales de Hernández que de las de Pasionaria”[37]. Gregorio Morán, en una obra tan documentada como desprovista del aparato crítico propio de los trabajos historiográficos, describe la crisis de Hernández como “una tormenta en un vaso de agua, casi un problema doméstico, sin connotaciones políticas, fuera de los aspectos personales”. Más tarde, sin embargo, acierta a contextualizar la crisis de liderazgo en el PCE de los años 40 situándola en un momento marcado por la amargura de una doble derrota, la de la guerra y la de la fe en la superioridad material, organizativa y moral del modelo soviético[38].
Ricardo Miralles, en su biografía de Negrín, retoma las tesis de Soutwhorth acerca de la conexión Bolloten-Gorkin-Congreso por la Libertad de Cultura-CIA: “Las fuentes que proporcionó Julián Gorkin a Burnett Bolloten, principalmente los libros de Valentín González ‘El Campesino’, Jesús Hernández y Enrique Castro Delgado, por no citar los suyos, fueron ‘orientados’ por él”. Miralles cuestiona la veracidad del testimonio de Jesús Hernández basándose, entre otros argumentos, en su errónea descripción física de Alexander Orlov, el jefe de la NKVD en España; o en que citase la presencia de Togliatti (el tutor asignado por la Komintern al PCE, conocido en España como “Alfredo” o “Ercoli”) en febrero de 1937, en una reunión preparatoria de la caída del gobierno de Largo Caballero, cuando aún no había llegado por esas fechas[39]. Ambas refutaciones están tomadas en préstamo del propio Orlov, cuya narración fue valorada por alguien tan poco sospechoso como Stanley G. Payne como “una extraña mezcla de exactitud sobre los hechos, medias verdades, exageraciones y mentiras evidentes”, sin distinguir en qué categoría encuadraría cada una de sus afirmaciones[40].
Orlov, huido a los Estados Unidos en 1938 para escapar, probablemente, a la suerte corrida por otros eminentes missi dominici de Stalin en la España republicana –el embajador Rosenberg, el cónsul en Barcelona Antonov-Oseenko, el periodista Mijail Koltsov...-, negaba como algo absurdo que solicitara la detención de los dirigentes del POUM a quien era ministro de educación y “no del Interior ni de la policía”[41], eludiendo el hecho difícilmente controvertible de que Hernández fuera el más influyente de los dos miembros comunistas del gabinete, el más significado de los agitadores del partido, y alguien que mantenía estrechos vínculos con el aparato secreto de la Komintern y con los servicios secretos soviéticos[42]. Su insistencia sobre la imposibilidad de que Togliatti se encontrase en España antes de junio de 1937, amparándose en las entrevistas de corte concedidas por el dirigente italiano a Marcela y Mauricio Ferrara[43], es refutada por Giorgio Bocca, que recurre a Hugh Thomas y G. R. Colodny –antiguo combatiente de las Brigadas Internacionales que resultó herido en Brunete- para sostener su apuesta por la veracidad del testimonio de Hernández: “Hernández cita un primer encuentro en España con Togliatti entre el 27 y el 31 de agosto de 1936, en presencia de Duclos, Codovilla, Stepanov y Geroe, para discutir sobre la ayuda que Rusia podrá suministrar a los españoles. Existen pruebas seguras de que cuatro de los enviados del Comintern mencionados por Hernández estaban por aquellas fechas en España. ¿Por qué debería mentir Hernández sobre el quinto, sobre Togliatti?”. Colodny cita un párrafo del diario de Koltsov, corresponsal de Pravda: “Al mismo tiempo que llegaba la plana mayor del general Goriev a Madrid, llega a la capital española una delegación del Comintern, encabezada por Palmiro Togliatti y por André Marty, que pone manos a la obra de la transformación de la colección políglota de voluntarios en una unidad de ataque”. Eusebio Cimorra, antiguo secretario de Hernández y editorialista de Mundo Obrero y Frente Rojo, al narrar muchos años después los prolegómenos de la caída de Largo Caballero, recuerda: “Durante esos días de la crisis alguna noche no se apagaron las luces en el despacho del ministro de Instrucción Pública; Jesús Hernández y Palmiro Togliatti estaban preparando la soflama del primero, que había de ser el discurso principal en el acto público contra Largo Caballero, en Valencia, el acto que presidió Pasionaria”[44] Por último, otro dirigente del PCI, Mauro Scoccimarro, afirma rotundamente: “[Togliatti] estuvo ya en 1936; estoy segurísimo”. Para Bocca, la respuesta al por qué de la insistencia de Togliatti en negarlo, incluso tras la muerte de Stalin, radica en que “la regla del Comintem es que el silencio, una vez decidido, se mantiene para siempre, con el fin de no desmentir a los que hacen de cobertura” [45].
Sin embargo, otro eminente historiador del PCI, Paolo Spriano, desautoriza los asertos de Bocca: niega que Soccimarro pudiera ser una fuente directa, pues se encontraba preso en una cárcel italiana durante el periodo 1936-1939, y cuestiona la validez de la cita que Colodny atribuye a Koltsov y que trata sobre la presencia de Togliatti en España en octubre de 1936, junto a mandos de las Brigada Internacionales, dado que nunca fue expresada por el periodista soviético, sino que está extraída de un libelo norteamericano de comienzos de la guerra fría. Según Spriano, los archivos del PCI documentan la estancia de Togliatti en Moscú mes a mes y semana a semana durante el primer año completo de la guerra civil. Togliatti, según el testimonio de Humbert-Droz, habría asistido entre el público a los dos grandes procesos de enero, contra Zinoiev y Kamenev, y de febrero de 1937, contra Piatakov y Radek, y se encontraría en Moscú cuando murió Gramsci (el 27 de abril de 1937), remitiendo desde allí una carta a Piero Sraffa fechada el 20 de mayo. Spriano excluye, casi con total seguridad, que “Ercoli” hubiera estado en España antes del verano de 1937, aunque tampoco puede descartar que pudiera haber efectuado alguna visita anterior[46]. Pese a todo, queda sin llenar un hueco cronológico entre los meses de febrero y el 12 de marzo de 1937, que bien pudiera haberse colmado con la visita de Togliatti a España entre el 20-21 de febrero (fecha de la llegada a la península del nuevo embajador designado por Stalin para sustituir a Rosenberg, Lev Gaiskis) y los días 25-26 del mismo mes (días en los que André Marty retorna a Moscú desde España para informar a la Komintern, a la reunión de cuyo secretariado asisten él y “Ercoli” el 12 de marzo). A la eventualidad de una estancia previa apuntan las palabras del futuro senador vitalicio triestino y figura controvertida de la presencia internacionalista en España, Vittorio Vidali, “comandante Carlos”, que al narrar a Bocca la reacción que en la Komintern y Stalin provocó la no deseada caída de Largo Caballero recordaba que “se decidió enviar a España a Togliatti de forma estable” [47].
En cualquier caso, mientras no sea franco el acceso a los archivos exteriores soviéticos, nos movemos en el terreno de las conjeturas. A la luz de lo que conocemos por los diarios de Dimitrov, es casi seguro que la imputación de Hernández, realizada en 1953, acerca de la responsabilidad de Togliatti en la caída de Caballero y el ascenso de Negrín sea malintencionada, y obedezca a un ajuste de cuentas entre dos personajes cuya enemistad era patente ya desde los tiempos de la guerra. Ahora bien, eso no descarta ni la presencia de “Ercoli” en España antes de su toma de posesión como delegado de la Komintern, ni la verosimilitud de otras actuaciones en las que se vio envuelto, en particular las que le implican en el proceso de amortización de la guerra de España a beneficio de la estrategia estaliniana de aproximación a Alemania, en marzo de 1939.
De hecho, los documentos que van aflorando de los fondos conservados en los archivos soviéticos demuestran lo dificultoso de seguir la pista incluso a aquellos personajes cuya trayectoria parecía ya sólidamente acreditada. El propio Orlov es un ejemplo de ello: para un experto en la intervención soviética en la guerra civil española, Daniel Kowalski, resulta “revelador que desde las desclasificaciones postsoviéticas de 1991 no se haya encontrado ninguna prueba documental relacionada con Alexander Orlov”. Asimismo, es “extraño que después de una docena de años de acceso abierto al Archivo Militar Ruso (RGVA) y a otras fuentes ningún investigador haya encontrado hasta la fecha prueba alguna de las actividades de Orlov durante la Guerra Civil. Para ser supuestamente el soviético más poderoso en España, no dejó ningún rastro”[48].
Siendo, por tanto, objeto de crítica todos y cada uno de los testimonios personales de los que vivieron aquella época, resulta curioso que el cuestionamiento de la veracidad se haya cebado sobre todo en el caso de Jesús Hernández. Heine lo califica como “de dudoso valor histórico” y para Preston, “la relación venenosa de Jesús Hernández tiene que utilizarse con extremo cuidado”. En su recopilación de documentos de los archivos soviéticos, escrupulosamente seleccionados para transmitir la impresión de la sovietización de la República española, Ronald Radosh y sus colegas acusan a Hernández de mentir a posteriori sobre su reacción a la desaparición de Nin[49]. Desde otra perspectiva, la ensayística, Vázquez Montalbán juzga tardía la conversión de Hernández y rebaja la credibilidad de sus memorias por la anacrónica insistencia en dejar constancia de una adhesión temprana al “comunismo nacional”[50]. Paradójicamente, será uno de los principales enemigos de Hernández y Castro en México, Vittorio Vidali, quien confesará a Bocca, mientras le muestra los libros del ex ministro comunista durante una entrevista personal: “Es mejor leerlos, aunque se haya pasado al otro bando”.
Evidentemente, podríamos concluir, si toda compilación de recuerdos tiende a la propia justificación y a la autocomplacencia, cabría aplicar idéntica prevención a las memorias de todos aquellos que reflejaron por escrito sus experiencias de este convulso periodo. Es necesario situar las memorias de Hernández en su contexto, desentrañando las claves que permitan interpretar su proyecto y su pensamiento, sus filias y fobias. No le hacen favor alguno obras recientes que, como las de Bartolomé Bennassar o Antony Beevor, le otorgan un crédito ilimitado y acrítico, fiados aún del lugar común de su supuesto anticomunismo sobrevenido[51].
Conviene tener en cuenta que entre los comunistas, en particular aquellos formados en el periodo kominteriano, la elaboración de la autobiografía formaba parte esencial de los mecanismos de presentación ante el aparato y de promoción dentro de él, y que de la calificación obtenida dependía, en muchas ocasiones, la recompensa o la sanción. Es probable, por tanto, que en el testimonio de Hernández haya una dosis no escasa de reelaboración y autoindulgencia, pero seguramente no mucho mayor que en otros autores o en otras obras del mismo género. Se trata, en cualquier caso, del relato de una experiencia agitada, la que le condujo a recorrer un camino -el que le llevó de la exaltación heroica al desengaño y la execración- que transitó buena parte de una generación de militantes que, en la primera mitad del siglo XX, había confiado en la revolución de Octubre como acontecimiento fundacional de un tiempo nuevo.
El presente estudio no se propone abordar la totalidad de la biografía de Jesús Hernández: Quedan para un futuro inmediato el análisis de su turbulenta juventud, los años de formación como miembro del aparato comunista y su discutido papel durante la guerra civil, desde la caída de Lago Caballero hasta el final de la contienda, pasando por los oscuros sucesos relativos a la represión del POUM y la desaparición de Andrés Nin. En este trabajo, el foco de atención primordial es el periodo de su ruptura con el partido, por situarse en él el origen de su posterior imagen estereotipada. Lo que se pretende es trascender la tradicional visión maniquea para reubicar en su contexto la trayectoria de un dirigente político que, como otros tantos, se forjó una época convulsa, marcada por conflictos políticos y sociales de dimensiones colosales, y realizó una apuesta personal que le llevaría, primero, a desempeñar un papel protagonista, y posteriormente, a terminar desterrado al territorio neblinoso de quienes resultaron arrollados por el devenir de los acontecimientos históricos[52]. En cualquier caso, resulta necesario realizar un recorrido cronológico por los años de construcción de su figura de activista y líder comunista, para poder explicar después la intensidad de su caída.
INTRODUCCIÓN
[1] AGOSTI, A: “La Tercera Internacional y su historia”, Estudios de Historia Social, n. 10-11, 1979, págs. 10-11. Citado en GINARD I FÉRON, D: “La investigación histórica sobre el PCE: desde sus inicios a la normalización historiográfica”. Papeles de la FIM, nº 22, 2ª época, 2004, p. 13.
[2] GINARD, D: Heriberto Quiñones y el movimiento comunista en España (1931-1942), Palma.Madrid, Edicions Documenta Balear, 2000; y MARTORELL, M: Jesús Monzón, el líder comunista olvidado por la Historia. Pamiela, Navarra, 2000.
[3] CARRILLO, S: Memorias, Planeta, Barcelona, 1993, p. 260; y ÁLVAREZ, S: Memorias III: La lucha continúa… Edicions do Castro, A Coruña, 1988, pp. 319-321. Gallego y Mije volcaron sus acusaciones contra Hernández en el marco de reuniones de los órganos de dirección del partido.
[4] LISTER, E: Así destruyó Carrillo el PCE, Planeta, Barcelona, 1983.
[5] CLAUDIN, F: Santiago Carrillo. Crónica de un secretario general. Planeta, Barcelona, 1983, p. 70-72.
[6] TAGÜEÑA, M: Testimonio de dos guerras, Planeta, Barcelona 1978, p.301
[7] Informe al V Congreso del PCE, Praga, 1954. Apartados sobre cohesión interna y autocrítica de procedimientos. Citado en VÁZQUEZ MONTALBÁN, M: Pasionaria y los siete enanitos. Planeta Barcelona, 1995, p. 419; también en CRUZ, R: Pasionaria. Dolores Ibárruri. Historia y símbolo. Biblioteca Nueva Madrid, 1999, p. 168.
[8] CRUZ, R: Pasionaria.... p..155.
[9] MORÁN, G: Miseria y grandeza del PCE, 1939-1985, Planeta, Barcelona, 1986. p. 78.
[10] Las reflexiones de Borkenau quedaron recogidas en El reñidero español (1937), y en World Communism; Koestler reflejaría su revelador viaje e la URSS en el tercer volumen de su autobiografía, Euforia y utopía; Valtin publicó en 1941 Sans patrie ni frontières, obra autobiográfica donde acababa denunciando las falsificaciones del estalinismo; Ciliga escribió un libro testimonial de sus vivencias en la URSS de Stalin titulado Au pays du grand mensonge (En el país de la gran mentira), publicado en París en 1938; Ravines publicó La gran estafa,en 1953; la traducción castellana del libro de Vanni vio la luz en 1950, con el título de Yo, comunista en Rusia.
[11] De Valentín González lo más conocido es su Vida y muerte en la URSS. Bel, Buenos Aires, 1951, y Comunista en España y antiestalinista en la URSS,. Guarania, México, 1952. De Castro Delgado, La vida interna de la Komintern: Cómo perdí la fe en Moscú, Epesa, Madrid, 1950 ; y Hombres made in Moscú, Editorial Caralt, Barcelona, 1963.
[12] HERNÁNDEZ, J: Yo fui un ministro de Stalin, Editorial América, México, 1953.
[13] HERNÁNDEZ, J: “La URSS en la guerra del pueblo español”, Acción Socialista, n. 24, 25, 26, 27-28, 31, 32-33 y 34, París, 1952.
[14] SOUTHWORTH, H.R: “«El gran camuflaje»: Julián Gorkin, Burnett Bolloten y la Guerra Civil española”. En PRESTON, P (ed): La República asediada, Península, Barcelona, 2001, p. 460.
[15] ÁLVAREZ, S: Memorias V: La larga marcha de una lucha sin cuartel, Edicions do Castro, A Coruña, 1988, págs. 89-91.
[16] Gorkin había calificado a Hernández unos años antes como “individuo por demás turbio, procedente de los bajos fondos de Bilbao y elevado a la categoría de ministro de Instrucción Pública por voluntad de Stalin”. GORKIN, J: Caníbales políticos, México, 1941 (Citado en SPRIANO, P: Il compagno Ercoli. Togliatti segretario dell´Internazionale, Editori Reuniti, Roma, 1980, p. 110).
[17] ARCHIVO DE LA FUNDACIÓN PABLO IGLESIAS (AFPI), Correspondencia entre Julián Gorkin y Enrique Castro Delgado, AJGG-558-35; Ídem sobre “el Campesino”, AJGG-559-27; Ídem con José Bullejos, AJGG-558-23.
[18] Gorkin hizo otro tanto en el diario romano Il Messaggero, en el marco de una agria polémica con Palmiro Togliatti. AFPI, Correspondencia entre Julián Gorkin y Burnett Bolloten, AJGG-558-17, carta de 18 de noviembre de 1977.
[19] Carta al autor de Wilebado Solano, 19 de mayo de 2004. Solano ha defendido posteriormente la veracidad de la narración de Jesús Hernández sobre la desaparición de Nin al contrastarla con la información contenida en los archivos consultados en Moscú para la realización del documental “Operació Nikolai”, realizado para TV3 por María Dolors Genovés y Llibert Ferri en 1992.SOLANO, W: El POUM en la historia: Andreu Nin y la revolución española. Los Libros de la Catarata, Madrid, 1999.
[20] GORKIN, J: España, primer ensayo de democracia popular, Asociación argentina por la libertad de la cultura, Buenos Aires, 1961.
[21] GORKIN, J: Contra el estalinismo, Laertes, Barcelona, 2001. Los textos de varios de sus artículos pueden consultarse en internet: http://www.fundanin.org/agorkin.htm
[22] AFPI, Correspondencia entre Julián Gorkin y Burnett Bolloten, AJGG-558-17.
[23] AHN, Diversos, Fondo Margarita Nelken, legajo 3233, carpeta 254. “Carta de José del Barrio”, París, 21/4/1953.
[24] AHN, Diversos, Fondo Margarita Nelken, legajo 3233, carpeta 254. “Carta de José del Barrio”, París, 21/4/1953.
[25] Indalecio Prieto revisitó su pasado en una serie de folletos que contribuyeron a la difusión de la imagen del control comunista de la República durante la guerra civil: PRIETO, I: Entresijos de la guerra de España, Planeta, Barcelona, 1989; y Cómo y por qué salí del Ministerio de Defensa Nacional, Planeta, Barcelona, 1989.
[26] VÁZQUEZ MONTALBÁN, M: Pasionaria…, p. 211.
[27] La editorial francesa que tenía los derechos exclusivos para Europa del libro de Castro era Gallimard, que lo publicó en 1950 con el título J´ai perdu la foi a Moscou. Ese mismo año apareció en España, publicado por Ediciones y Publicaciones Españolas (EPESA). Las fuentes comunistas en México hicieron correr el bulo de que la editorial gala pertenecía al movimiento ultraderechista Croix de Feu. AHPCE , Divergencias, 107, 1/1, “Informe sobre el grupo H.C.D”. n. 120 México, 1951.
[28] AFPI, Correspondencia entre Julián Gorkin y “el Campesino”, AJGG-559-27.
[29] HERNÁNDEZ, J: Yo, ministro de Stalin en España. Prólogo y notas de Mauricio CARLAVILLA. Nos, Madrid, 1954. Hasta siete años después de su muerte en México, en 1974, no se editaría en España una parte de su testimonio autobiográfico sin las grotescas apostillas de Carlavilla y con el consentimiento de la viuda. El título (En el país de la gran mentira. Segunda parte del libro Yo fui un ministro de Stalin, Madrid, Ed, G. del Toro, 1974) se inspiraba directamente en el del libro del croata Ante Ciliga, Au pays du grande mensonge (Paris, 1938) que se completó en 1950 con Sibérie, terre de l´exil et la industrialisation, para adquirir el título definitivo de Dix ans au pays du mensonge déconcertant..
[30] COMÍN COLOMER, E: Historia del Partido Comunista de España, Editora Nacional, Madrid, 1967; del mismo autor, La República en el exilio, AHR, Barcelona, 1957; y El comisariado político en la guerra española 1936-1939, Ed. San Martín, Madrid, 1973.
[31] AGUADO SÁNCHEZ, F: El maquis en España, San Martín, Madrid, 1975. p. 38.
[32] RUÍZ AYÚCAR, A: El Partido Comunista, 37 años de clandestinidad. San Martín, Madrid, 1976.Como tal especialista le siguen exaltando algunos trabajos actuales, productos de un revisionismo neofranquista muy en boga durante los últimos tiempos. El “magisterio” de Ayúcar es reivindicado, por ejemplo, por el periodista Ángel MAESTRO en su aportación a la biografía comparada de Pasionaria, que se reparte a medias con Santiago Carrillo: CARRILLO, S. y MAESTRO, A: Dolores Ibárruri, , Pasionaria. Ediciones B, Barcelona, 2004.
[33] PIKE, D.W: Journes de gloire, journes de honte. Le Parti Communiste d´Espagne en France depuis son arrivée en 1939 jusqu´à son départ en 1950. Sedes, Paris, 1984, p 110.
[34] CRUZ, R: Pasionaria... p. 152.
[35] ESTRUCH, J: El PCE en la clandestinidad (1939-1956), Siglo XXI, Madrid, 1982. págs. 54-55.
[36] HEINE, H: La oposición política al franquismo. Crítica, Barcelona, 1983. págs. 230-234.
[37] PRESTON, P: Las tres Españas del 36. Plaza y Janés, Barcelona, 2001, págs. 393 y 467.
[38] MORÁN, G: Miseria y grandeza del Partido Comunista de España,...p. 76-78.
[39] MIRALLES, R: Juan Negrín. La República en guerra. Temas de Hoy, Madrid, 2003. Según la biografía realizada por Aldo Agosti, Togliatti (“Alfredo” o “Ercoli” para los dirigentes españoles) llegó a Valencia el 14 de julio de 1937, procedente de Francia. AGOSTI, A.: Palmiro Togliatti. UTET, Turín, 1996, p. 230. Bollotten, sin embargo, en correspondencia privada con Gorkin, y tomando como base el libro de Justo MARTÍNEZ AMUTIO: Chantaje a un pueblo. Memorias de la guerra civil española 1936-1939. G. del Toro, Madrid, 1974, señala que Togliatti se encontraba en España ya antes de esa fecha. AFPI, Correspondencia entre Julián Gorkin y Burnett Bolloten, AJGG-558-17, carta de 13 de octubre de 1982.
[40] El cuestionario de Payne y las respuestas de Orlov aparecen como anexo en ZAVALA, J. M.: En busca de Andreu Nin. Vida y muerte de un mito silenciado de la Guerra Civil, Plaza y Janés, Barcelona, 2005, p. 438.
[41] ZAVALA, J. M.: En busca de Andreu Nin.... Anexo I, p. 444.
[42] Su vinculación con los servicios secretos soviéticos quedó confirmada con la desclasificación de los archivos del FBI –en concreto, el conjunto documental agrupado bajo la denominación “Venona”- relativos a los mensajes descodificados entre Moscú y su embajada en México D.F. entre 1943 y 1945, en los que Hernández aparece bajo el alias de “Pedro”.
[43] FERRARA, M.: Conversando con Togliatti, Roma, 1953.
[44] CARABANTES, A. y CIMORRA, E: Un mito llamado Pasionaria. Planeta, Barcelona, 1982, p. 170.
[45] BOCCA, G: Palmiro Togliatti. Grijalbo, Barcelona, 1977, págs. 252-253.
[46] SPRIANO, P: Il compagno Ercoli..., pp. 110-111.
[47] BOCCA, Palmiro Togliatti...., p. 255-256.
[48] KOWALSKI, D: “La Unión Soviética y las Brigadas Internacionales”, Ayer, 56, Madrid, 2004, p. 113.
[49] Hernández se habría hecho eco de la insidiosa versión según la cual Nin había sido liberado por agentes de la GESTAPO. Durante una reunión del Consejo de Ministros exigió a Negrín que pusiera fin a las “sucias intrigas” que apuntaban a la responsabilidad de la Unión Soviética. RADOSH, R; HABECK, M. R; y SEVOSTIANOV, G.: España traicionada. Stalin y la guerra civil. Planeta, Barcelona, 2002, p. 263.
[50]VÁZQUEZ MONTALBÁN, M: Pasionaria …, p. 215.
[51] BENNASAR, B: El infierno fuimos nosotros: la Guerra Civil española (1936-1942...), Taurus, Madrid, 2005; y BEEVOR, A: La Guerra Civil Española, Crítica, Barcelona, 2005.
[52] Otros dirigentes que permanecieron en la ortodoxia han sido juzgados con criterios parecidos: IBÁÑEZ, N. y PÉREZ, J.A: Ormazábal. Biografía de un comunista vasco (1910-1982), Latorre Literaria, Madrid, 2005.
sábado, 16 de junio de 2007
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